Por Guillermo Cifuentes
“Qué difícil se me hace, cargar todo este equipaje, se hace dura una subida al caminar. Esta realidad tirana que se ríe a carcajadas, porque espera que me canse de buscar.” Llegado a la isla por culpa del pecado. Fue columnista del diario “La Discusión” de Chillán, (Chile). Guillermo Cifuentes
“Un camello es un caballo diseñado por una comisión”, Sir Alec Issigonis
Varios de los hechos sucedidos en la vida política local de los últimos días ameritan un rato de reflexión. La ya famosa “graduación” es uno de esos hechos, el conteo de los votos mediante recursos tecnológicos, es otro y, no se debe dejar pasar, el debate. Llama la atención, sin embargo, que al parecer el “tigueraje ilustrado” no está haciendo sus deberes, que está siendo superado por los porfiados hechos o que quizás está siendo víctima de una conmoción que le fue siempre desconocida: la vergüenza.
Los regímenes políticos “no democráticos” (excusen la generalización) siempre necesitan en el entorno cercano a un personaje oscuro, con “cara de ná”, que cumpla las funciones del aceite de hígado de bacalao que nos obligaban a tomar en la infancia. De purgantes hablamos. Pinochet tuvo a Jaime Guzmán, Isabel Martínez de Perón a López Rega, Trujillo tuvo a Balaguer. Todos ellos tienen en común habilidades encomiables: o construyen instituciones perversas o destruyen las pocas que existen.
No voy a caer en la tentación de preguntar por qué en todo este tiempo los “veedores” no repararon en el posible uso malicioso del importante programa gubernamental Quisqueya aprende contigo. Y no pregunto porque sé la respuesta. Esa primera línea de defensa contra el mal que son las comisiones de veeduría, está justamente para no combatirlo y para emburujar a tirios y troyanos.
Cuando ya parece evidente que sobran las explicaciones acerca del uso malicioso con fines electorales del programa gubernamental, desde el despacho del que ya se fueron los veedores hacen entrar a los comisionados: un curita, una empresaria y un rector. Ninguno de los tres tiene relación con el sistema institucional que debe cuidar del buen uso de los recursos públicos y de los protocolos de funcionamiento de los programas sociales.
Según la información oficial, la comisión realizará una investigación con el objetivo de “establecer que, tanto en la organización del evento como en la entrega de los certificados se actuó de manera correcta, que los mismos fueron entregados a las personas que cumplieron con los objetivos pedagógicos, es decir que hayan desarrollado sus habilidades básicas de lectura, escritura, y hayan sido debidamente aprobados para certificación por el Equipo Técnico Nacional de Quisqueya Aprende Contigo”. A confesión de partes, relevo de pruebas.
La pregunta que se cae de madura es por qué no se recurre a los organismos públicos responsables como la Contraloría, puesto que es la única que en caso de no poder cumplir con el objetivo (“la organización del evento como en la entrega de los certificados se actuó de manera correcta…”) puede recurrir judicialmente. Estamos ante un Estado cuyas instituciones no tienen capacidad de controlarse y, peor todavía, se hacen grandes esfuerzos para que no tengan jamás esa capacidad de fiscalización, para que no la desplieguen, por razones obvias.
A lo mejor lo sucedido con la graduación sin graduandos ayuda a explicar las encuestas. Lo digo porque varios ex ministros de educación le piden a la comisión (un curita, una empresaria y un rector) que la investigación abarque el “proceso completo del Programa, como sus costos, la eficiencia de la gestión…”. Y lo destaco precisamente porque se trata de ex ministros. Así no se puede. Esperaremos por el camello.
No voy a dedicarle mucho espacio aquí al tema del conteo de votos aunque es evidente que estamos también siendo espectadores del deterioro institucional, expresado en una notable falta de confianza en las instituciones y en un importante abuso de organizaciones que nadie sabe de dónde sacaron la creencia de que cuentan con la confianza que a otros les falta.
Finalmente el debate ha incorporado a la discusión asuntos importantes: no solo los candidatos eran nuevos en estos trotes, también los medios y ni qué decir de los analistas.
En una cultura política como la nuestra en que el debate no cuenta, donde reina la autocensura mucho más que el sagrado beneficio de discrepar, no se podía esperar mucho más que lo que vimos. A mí, debo reconocer, que me impactó la forma triste, dolorosa y desgarradora que algunos eligen para retirarse, pero en fin.
También me parece injusto que le carguen las culpas a los candidatos, a quienes ahora consideran responsables de todos los males del país y por supuesto del “fallido” debate. Si fue fallido o no, lo vendremos a saber dentro de cuatro años pues tenemos mal pronóstico: realizado ya el lanzamiento del primer candidato para el 2020 podemos augurar que para el segundo debate faltará uno.
Es imposible establecer si acaso el debate influyó o no en el panorama electoral, pues tengo la impresión de que no hubo mediciones. Y las opiniones, como siempre, son solo eso: opiniones. “Opinión es doxa, no es episteme, no es saber y ciencia; es simplemente un «parecer», una opinión subjetiva para la cual no se requiere una prueba sin ningún respaldo.”
Mientras tanto comunico a mis amigos y enemigos que mi artículo del 18 de mayo ya está escrito y se llama “Mi victoria”.